(Artículo publicado en Revista «Aniversario», N° 10 – Septiembre 2006)
Por Alicia Rapagnani de Simóni
Mi padre, nació aquí en la Villa en el año 1915. Hijo de inmigrantes italianos, cursó su escolaridad primaria en la querida escuela nº 15 “Antonio Devoto”, por aquellos años recientemente inaugurada.
Siendo adolescente, comenzó a demostrar una gran inclinación por la música, que duró hasta el final de su vida.
Joven melómano y además apasionado por los aviones, esperaba el día domingo para llevar a cabo su paseo favorito.
Temprano, desayunaba su tazona de café con leche, y el pan calentito con manteca, recién hechos por su madre. Luego salía con rumbo a la Capilla Anglicana de la calle Cantilo al 4200, con el único objetivo de poder escuchar,”las melodías del armonio”, que eran ejecutadas durante el oficio religioso, pues las consideraba cautivantes a su refinado gusto musical, Nunca se animó a ingresar al Templo, quizás sintiendo que no pertenecía allí, pero; jamás se retiró, antes de finalizado el culto, vale decir; hasta escuchar el último acorde de su admirado armonio. Solía quedarse en la puerta de la Capilla, observando como se retiraban los fieles. Señoras con elegantes vestidos oscuros, confeccionados con muy finas telas, completentados con cuellos o detalles de encajes o puntillas delicados, adornados siempre con broches, algunos de filigrana, pero todos de plata inglesa.
Los caballeros, solían utilizar sus tradicionales kilts (faldas de tela escocesa) y sacos de tweed en el caso de los ingleses, pero, los escoceses lucían igual atuendo, complementado con tartanes del mismo diseño que sus kilts, que tomaban del hombro izquierdo con broches de plata, denominados “broches de Tara”, que aunque pertenecían a la más antigua tradición irlandesa, los escoceses los adoptaron en su vestimenta. Estos broches eran de plata o de una combinación de símbolos en oro y plata.
Mi padre solía decirme que con el advenimiento del ferrocarril, fue como la Villa se pobló de ingleses y escoceses.
Luego de este paseo, papá volvía a su casa para compartir el almuerzo de los domingos, y una vez finalizado nuevamente a caminar…
Iba rumbo a la estación Devoto y por allí con paso tranquilo pero constante, llegaba a Palomar, para poder ver y sentir… desde muy cerca de sus queridos aviones. Pasaba un buen rato escuchando motores y apreciando algún vuelo. Luego emprendía el retorno, no sin antes pasar nuevamente por la estación, pues luego de la hora del té, era frecuente ver a ingleses y escoceses paseando por los alrededores, imprimiendo esa nota de color…,que por aquellos tiempos dejaron en un chico de 13 ó 14 años, un imborrable recuerdo. Vivencias que supo transmitirme a través de los años de una manera tan cálida y amena, motivándome hoy a escribir este pequeño relato.