Me lo contaba papá
Los ingleses
en Villa Devoto
Por Alicia Rapagnani de Simóni Mi padre, nació
aquí en la Villa en el año 1915. Hijo de
inmigrantes italianos, cursó su
escolaridad primaria en la querida
escuela nº 15 “Antonio Devoto”, por
aquellos años recientemente inaugurada.
Siendo adolescente, comenzó a demostrar una gran
inclinación por la música, que duró hasta el final de su vida.
Joven melómano y además apasionado por los aviones,
esperaba el día domingo para llevar a cabo su paseo favorito.
Temprano, desayunaba su tazona de café con leche, y el pan
calentito con manteca, recién hechos por su madre. Luego salía con rumbo a la
Capilla Anglicana de la calle Cantilo al 4200, con el único objetivo de poder
escuchar,”las melodías del armonio”, que eran ejecutadas durante el oficio
religioso, pues las consideraba cautivantes a su refinado gusto musical, Nunca
se animó a ingresar al Templo, quizás sintiendo que no pertenecía allí, pero;
jamás se retiró, antes de finalizado el culto, vale decir; hasta escuchar el
último acorde de su admirado armonio. Solía quedarse en la puerta de la Capilla,
observando como se retiraban los fieles. Señoras con elegantes vestidos oscuros,
confeccionados con muy finas telas, completentados con cuellos o detalles de
encajes o puntillas delicados, adornados siempre con broches, algunos de
filigrana, pero todos de plata inglesa.
Los caballeros, solían utilizar sus tradicionales kilts (faldas
de tela escocesa) y sacos de tweed en el caso de los ingleses, pero, los
escoceses lucían igual atuendo, complementado con tartanes del mismo diseño que
sus kilts, que tomaban del hombro izquierdo con broches de plata, denominados
“broches de Tara”, que aunque pertenecían a la más antigua tradición irlandesa,
los escoceses los adoptaron en su vestimenta. Estos broches eran de plata o de
una combinación de símbolos en oro y plata.
Mi padre solía decirme que con el advenimiento del
ferrocarril, fue como la Villa se pobló de ingleses y escoceses.
Luego de este paseo, papá volvía a su casa para compartir
el almuerzo de los domingos, y una vez finalizado nuevamente a caminar…
Iba rumbo a la estación Devoto y por allí con paso
tranquilo pero constante, llegaba a Palomar, para poder ver y sentir… desde muy
cerca de sus queridos aviones. Pasaba un buen rato escuchando motores y
apreciando algún vuelo. Luego emprendía el retorno, no sin antes pasar
nuevamente por la estación, pues luego de la hora del té, era frecuente ver a
ingleses y escoceses paseando por los alrededores, imprimiendo esa nota de
color…,que por aquellos tiempos dejaron en un chico de 13 ó 14 años, un
imborrable recuerdo. Vivencias que supo transmitirme a través de los años de una
manera tan cálida y amena, motivándome hoy a escribir este pequeño relato.
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